TAYLOR, Charles (1989), Fuentes del yo. La construcción de la identidad moderna, trad. de Ana Lizón, Paidós, Barcelona, 1996.
Obra de referencia para muchos sociólogos de la cultura, Fuentes del yo se centra de manera muy especial en la evolución de la personalidad creadora, en su faceta artística –ya sea plástica o, sobre todo, literaria.
Plantea Taylor, filósofo en Oxford y en Montreal, que nuestra contemporaneidad es en todo punto deudora de la Ilustración y del Romanticismo, enormes y multifacéticas transformaciones que "han hecho de nosotros lo que somos" (p. 415): "nuestra vida cultural, las concepciones que tenemos de nosotros mismos, nuestras perspectivas morales siguen desarrollándose en la estela de esos grandes acontecimientos" (p. 415). Es por todo ello que el filósofo se centra en esos períodos de la historia del pensamiento y de la creación en Europa occidental –que son, además, en los que este menda esperaba poder ahondar con la lectura de este grueso ladrillo de más de 600 páginas de densa escritura.
La evolución presentada por Taylor (o en el tramo de esa evolución en la que yo me he centrado, capítulos 17 a 25) viene a referir que la seguridad que ofrecía el pensamiento centrado en la religión se vino en cierto modo abajo con la Ilustración. Esta hizo que fuera la Razón y la conciencia el germen del pensamiento y del conocimiento del mundo. Rousseau recomendaría buscar en la naturaleza las fuentes de la natural benevolencia y de su bondad (el poeta Wordsworth diría que "la mente del hombre es el espejo natural para las cualidades más hermosas y más interesantes de la naturaleza", p. 484). Esa naturaleza inherente al Hombre, era necesario que cada uno la buscara en sí mismo a través de un intenso trabajo de introspección: cada individuo se convertía en una expresión de esa naturaleza secular, que sería una de las principales innovaciones del primer Romanticismo. El arte, a partir de ese momento, se centró en el estudio y explotación de la sensibilidad individual, donde sólo era posible encontrar la expresión de la naturaleza. El arte actual es heredero de esa concepción, gracias a la cual consideramos al artista como una persona dotada de unas especiales características que hacen que su interior, su intimidad y su sensibilidad, sean objeto de nuestra contemplación arrobada. Es el tipo de expresión o de creación epifánica, tal y como la denomina Taylor, fruto de una especial efervescencia del espíritu del artista.
Taylor, al centrarse más en este aspecto que en el de la evolución de la identidad propiamente dicha, cumple a medias las expectativas de quien, como el que esto escribe, se acerca a este título. Tal vez se eche a faltar consideraciones de tipo psicológico, totalmente necesarias para la comprensión total de la identidad moderna. Es en la obra de sociólogos como Giddens, Bourdieu y Bauman donde podremos encontrar una construcción conceptual más amplia, y no sólo referida a los aspectos filosóficos de la modernidad.
Obra de referencia para muchos sociólogos de la cultura, Fuentes del yo se centra de manera muy especial en la evolución de la personalidad creadora, en su faceta artística –ya sea plástica o, sobre todo, literaria.
Plantea Taylor, filósofo en Oxford y en Montreal, que nuestra contemporaneidad es en todo punto deudora de la Ilustración y del Romanticismo, enormes y multifacéticas transformaciones que "han hecho de nosotros lo que somos" (p. 415): "nuestra vida cultural, las concepciones que tenemos de nosotros mismos, nuestras perspectivas morales siguen desarrollándose en la estela de esos grandes acontecimientos" (p. 415). Es por todo ello que el filósofo se centra en esos períodos de la historia del pensamiento y de la creación en Europa occidental –que son, además, en los que este menda esperaba poder ahondar con la lectura de este grueso ladrillo de más de 600 páginas de densa escritura.
La evolución presentada por Taylor (o en el tramo de esa evolución en la que yo me he centrado, capítulos 17 a 25) viene a referir que la seguridad que ofrecía el pensamiento centrado en la religión se vino en cierto modo abajo con la Ilustración. Esta hizo que fuera la Razón y la conciencia el germen del pensamiento y del conocimiento del mundo. Rousseau recomendaría buscar en la naturaleza las fuentes de la natural benevolencia y de su bondad (el poeta Wordsworth diría que "la mente del hombre es el espejo natural para las cualidades más hermosas y más interesantes de la naturaleza", p. 484). Esa naturaleza inherente al Hombre, era necesario que cada uno la buscara en sí mismo a través de un intenso trabajo de introspección: cada individuo se convertía en una expresión de esa naturaleza secular, que sería una de las principales innovaciones del primer Romanticismo. El arte, a partir de ese momento, se centró en el estudio y explotación de la sensibilidad individual, donde sólo era posible encontrar la expresión de la naturaleza. El arte actual es heredero de esa concepción, gracias a la cual consideramos al artista como una persona dotada de unas especiales características que hacen que su interior, su intimidad y su sensibilidad, sean objeto de nuestra contemplación arrobada. Es el tipo de expresión o de creación epifánica, tal y como la denomina Taylor, fruto de una especial efervescencia del espíritu del artista.
Taylor, al centrarse más en este aspecto que en el de la evolución de la identidad propiamente dicha, cumple a medias las expectativas de quien, como el que esto escribe, se acerca a este título. Tal vez se eche a faltar consideraciones de tipo psicológico, totalmente necesarias para la comprensión total de la identidad moderna. Es en la obra de sociólogos como Giddens, Bourdieu y Bauman donde podremos encontrar una construcción conceptual más amplia, y no sólo referida a los aspectos filosóficos de la modernidad.
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