jueves, 31 de enero de 2008

PROUST: En busca del tiempo perdido












PROUST, Marcel, À la Recherche du temps perdu (7 volumes: Du Côté de chez Swann, À l'Ombre des jeunes filles en fleurs, Le Côté de Guermantes, Sodome et Gomorrhe, La Prisonnière, Albertine disparue, Le Temps retrouvé), Gallimard, París, 1999.
Monumental obra de la literatura universal, modelo de la novela introspectiva y punto de inflexión entre la narrativa decimonónica y la experimentación del siglo XX.
– "¿De qué habla la Recherche?" –me preguntó una amiga que me vio leer Du Côté de chez Swann recostado en las arenas de una playa mediterránea; y no supe qué contestarle –tal vez consiguió Proust cumplir el deseo expresado por Huysmans de escribir una novela que no hablara de nada, sin tema ni trama; pues uno no sabe cuál es el tema principal de la obra hasta que no llega al último tomo: Marcel ha recogido tantísimos acontecimientos de su vida mundana y personal para recuperar los sentimientos que dan sentido a una vida. Al principio, el mecanismo disparador de los recuerdos y las sensaciones es el sabor de una madalena embebida en té que el niño Marcel prueba junto a su tía en Combray (la famosa madalena de Proust). Al final, ya en Le Temps retrouvé, los adoquines desiguales de la entrada a la nueva mansión de los Guermantes hace rememorar bruscamente a un avejentado Marcel su viaje de juventud a Venecia. La memoria involuntaria puesta en valor.
Entre medio, numerosísimas y en ocasiones largas digresiones sobre arte plástico, música (la sugerente sonata de Vinteuil, alentadora de los amores de Swann y Odette), literatura (Bergotte, admirado por el faubourg Saint-Germain), política (el affaire Dreyfus y la ola de antisemitismo que generó)... Y un montón de profundos retratos de la más selecta sociedad del París de la Belle Époque: los duqueses de Guermantes (apellido cuya sonoridad es el principal atractivo para el protagonista), el barón de Charlus (culto, refinado, altivo, cascarrabias y gran amante de hombres), el cogollito establecido en torno a Mme Verdurin (a cuyo salón no querían acudir los verdaderos elegantes de la aristocracia por considerarlo demasiado vulgar y advenedizo), el salón de los Cambremer, la propia familia de Marcel, Swann y Odette ... Y los amores del héroe, primero por Mme de Guermantes, después por Gilberte (hija del erudito y finísimo judío Swann), Albertine (fille en fleurs a quien encontró en Balbec y cuyos amores lesbianos traían a Marcel por la calle de la amargura), el deseo nunca satisfecho por la misteriosa criada de Mme Putbus...
Páginas y páginas, y más páginas que impiden una memorización completa de todos los episodios, de todas las anécdotas, de todas las observaciones. Un texto tan denso que el lector se siente casi obligado a saltarse algunos pasajes en exceso rebarbativos –que haría decir a Roland Barthes en Plaisir du texte que la dicha de leer a Proust era que de una lectura a otra el lector nunca se saltaba los mismos episodios. Lo que deja claro Proust en su monumental Recherche es la confianza que él da a la inteligencia, a la vida intelectual como motor y principal fuente de los acontecimentos más importantes en la vida de una persona; es en ella, y no en la vida "real", donde se condensan todas las sensaciones y las emociones de la existencia, sin las cuales el ser humano sería como un vegetal. El cerebro es, pues, como una cuenca minera en la que hubiese un enorme filón de metales preciosos; el escritor se pondrá como objetivo la explotación exclusiva de esa mina –lo que haría Proust durante los últimos años de su vida postrado en su cama, dictando el texto serpenteante y denso de su Recherche.
Muchas horas, muchos días, meses de placer para quien se acerque a esta monumental obra con calma y emoción; más de 2.500 páginas de apretada letra que harán las delicias del lector reposado y paciente.
Existen, que yo conozca, dos traducciones "canónicas" del texto de Proust al castellano: la clásica En busca del tiempo perdido, vertida por Pedro Salinas; otra, más reciente y con un notable y abundante aparato crítico A la busca del tiempo perdido, vertida por Mauricio Armiño en Valdemar.

HOUELLEBECQ: La posibilidad de una isla

HOUELLEBECQ, Michel, La Possibilité d'une île, Fayard-Livre de Poche, Paris, 2005.

La última novela hasta la fecha de Michel Houellebecq es un producto menor, apto para ser consumido en viajes o en estaciones de tren. Todos sus ingredientes típicos, verdaderos lugares comunes de su producción literaria, están presentes en La posibilidad de una isla: protagonista masculino desengañado y cínico, obsesionado por el erotismo, objetualización sin ambages del cuerpo femenino, numerosas escenas de sexo explícito, tesis sobre la sociedad con ligeros componentes científicos, comentarios políticos que rozan un rancio derechismo... Ya en Plataforma y, sobre todo, en Las partículas elementales, Houellebecq acostumbró a su público a esos elementos sin que este llegara a cansarse; ahora, sin embargo, considero que esta Posibilidad de una isla es un subproducto de la factoría Houellebecq.
Dos relatos en paralelo: el de Daniel 1 y el de Daniel 24; el primero es el típico personaje houellebecquiano, habitante de una gran ciudad, que narra sus vicisitudes principalmente amorosas: su larga relación con la periodista Isabelle y su tórrido romance otoñal con la jovencita Esther dan sentido a una existencia vacía y sin orientación bien definida. Conseguido el éxito profesional, Daniel termina yéndose a vivir a una casa aislada en medio del PN del Cabo de Gata. Isabelle abandona el hogar común sintiéndose demasiado mayor para el gusto de su amante; es entonces que aparece Esther, desinhibida madrileña que protagoniza los mejores momentos de felicidad del protagonista. Pero Esther se va a continuar sus estudios a Nueva York, dejando convencido a Daniel de que su relación está terminada –lo que le sume en una desesperación definitiva.
El relato de Daniel 24 parece ser el comentario a la lectura del manuscrito de Daniel 1, 24 generaciones más tarde y en pleno imperio de los neo-humanos sobre un planeta devastado por explosiones nucleares y poderosas sequías. La secta de los Elohimitas, en la que ingresó Daniel 1, desarrolló un sistema altamente sofisticado de conservación del ADN y de los datos de la memoria de sus fieles; todos los descendientes son clones de sus antecedentes, guardando difusamente sus motivaciones y recuerdos. Sin embargo, y como consecuencia de la progresiva autonomía del ser humano para la reproducción de la especie, los neo-humanos viven en absoluta soledad, llegando a desconocer por completo la existencia del deseo físico –a no ser como una referencia, digamos, histórico-literaria.
Tras el término del relato de Daniel 1, y a título de epílogo-comentario, Daniel 24 toma las riendas de la narración; abandona su hogar para entrar en contacto con los hombres salvajes que todavía pululan por la geografía terrestre. Caminando días y días sin casi detenerse y sin apenas alimentarse –los neo-humanos han alcanzado un sistema de nutrición autotrófico, basado en el procesamiento de los rayos del sol y la ingesta de cápsulas de sales minerales–, el encuentro con los hombres es decepcionante: se comportan como bestias, sucios, animalizados, algunos de ellos con costras producidas por la radiación nuclear. La humanidad vuelve a su estado primitivo tras las hecatombes, al que ha llegado tras un período de gran avance tecnológico –que sería el que marcaría su fin. Los neo-humanos son, pues, una metáfora de la deshumanización completa a la que parece creer Houellebecq que está abocada la sociedad: carentes de toda humanidad básica, su vida se convierte en una mera y fría perpetuación, sin que la felicidad parezca habitarles.
En fin, relato de vocación cínica y casi apocalíptica, que hará las delicias de los fans acérrimos de Houellebecq –y que yo mismo he leído sin aburrirme, aunque haya visto en ella una novela de fácil digestión que no dejará mucha huella en mi memoria. Houellebecq, no obstante, en estado puro, que sigue escondiendo un corazoncito humanista tras una gruesa coraza de desapego por todo lo que no sea placer inmediato. Parafraseando al Stendhal de De l'amour, nada es bello si no resulta ser una promesa de deleite, parece decirnos el autor...
Si os interesa profundizar en mis opiniones sobre este autor, os invito a consultar el siguiente documento: http://curroblog.blogspot.com/2007/07/resea-sobre-houellebecq-un-humanista.html

lunes, 21 de enero de 2008

SENNETT, Richard, Vida urbana e identidad personal. Los usos del orden, trad. de Josep Rovira, Península, Barcelona, 2001, 270 págs.

Richard Sennett es un conocido sociólogo estadounidense, doctor en filosofía, autor de varios libros sobre psicología social y la vida familiar urbana. Su obra actual de referencia es La Corrosión del carácter, donde exponía la forma en que la personalidad de los trabajadores se desgastaba en un ambiente de inestabilidad laboral y constante mutación.
En este Vida urbana e identidad personal se ocupa básicamente de los mismos asuntos, y así lo explicita el propio autor: "el tema de este libro es que surge en la adolescencia una serie de impulsos y anhelos que pueden conducir por sí mismos a una esclavitud autoimpuesta; que la actual organización de las comunidades urbanas estimula a los hombres a esclavizarse en formas adolescentes; que es posible romper este marco para alcanzar una edad adulta cuya libertad resida en la aceptación de un desorden y una dislocación dolorosos; que el tránsito desde esta adolescencia a esta nueva edad adulta depende de una estructura de experiencias que únicamente puede tener lugar en un asentamiento humano denso e incontrolable: en otras palabras, en una ciudad" (p. 34).
La esclavitud autoimpuesta proviene de lo que Sennett llama "identidad purificada", forjada en la adolescencia como un medio de eludir experiencias que pueden ser temibles, desconcertantes o dolorosas. El adolescente puede ser empujado por su entorno familiar a aceptar los puntos de vista de ésta sobre el modo de afrontar la vida y sus dificultades; de esa manera, al adolescente entrará en la adulta sin haber experimentado sus propias convicciones vitales, convirtiéndose en una especie de autómata (esto lo añado yo), programado de antemano. Se trata, pues, de una especie de autocastración, de una frustración buscada, por la que el individuo tiende antes a domesticar sus expectativas, esperanzas y, en definitiva, su desarrollo, por mor de una más fácil y menos arriesgada inclusión en la sociedad ambiente.
Dentro de las sociedades del ámbito occidental contemporáneo (Europa y, sobre todo, Estados Unidos), la institución que mejor transmite esa obligación de pureza es la familia, que enseña al individuo medio a aceptar el mito de una convivencia sin fricciones. Ahora bien, afirma Sennett que para un desarrollo deseable de la personalidad se produzca, "los hombres deben sucesivamente crecer para ansiar lo desconocido, para sentirse incompletos sin una cierta anarquía en sus vidas, para aprender, como Denis de Rougemont dice, a amar 'la cualidad de ser de otra forma' de los que le rodean" (p. 162). Una anarquía que no destruirá a los hombres, sino que los hará más fructíferos y maduros.
Clama Sennett por una sociedad de individuos conscientemente limitados, constantemente mutables, y reacios a someter su pequeñez a cualquier visión realmente grande, refractarios a integrarse en ese conjunto, a pertenecer al todo. Porque la identidad de un adulto, lejos de conformarse como una serie de atributos que nos definen de antemano y per saecula saeculorum, se define como la serie de actos que puede realizar una persona (p. 175). Parafraseando a Simone de Beauvoir, podría decirse que "no nacemos individuos, sino que nos hacemos".
Un libro agudo e interesante, que el lector lego encontrará válido a pesar de que esté de acuerdo con el demoledor prólogo que le ofrece Tomàs Llorens. No sólo estima Llorens que ciertas ideas de base de Sennett permanecen sin desarrollar y, por lo tanto, únicamente son aceptables como metáforas; también el prologuista abunda sobre la incosistencia del cimiento psicoanalítico del que se sirve el sociólogo estadounidense para hablar de las daños provocados por la familia. "Las debilidades o incoherencias teóricas, en un libro que no se propone como fin principal la presentación de una teoría de la sociedad, parecen (y son) tolerables" –dice Llorens (p. 24). Hila tal vez demasiado fino el que fuera conservador-jefe del museo Thyssen-Bornemisza, licenciado en Historia pero doctorado con una tesis en Filosofía. No hay que olvidar, no obstante las duras aseveraciones del prologuista, que el psicoanálisis ha sido y es una teoría de enorme valor en la deconstrucción de los fundamentos de nuestra sociedad, así como en el análisis de las motivaciones del individuo en la satisfacción de sus expectativas. Tal vez el poso del nacionalcatolicismo sea lo que empuje a numerosos pensadores españoles a rechazar el pensamiento freudiano en torno a la familia y los impulsos de naturaleza sexual que en ella imperan –algo que no se da en el entorno europeo, si exceptuamos a la crítica reaccionaria, que entiende necesaria y urgente la desactivación de Marx y Freud.
Pero, bueno, como diría el psicólogo Heinz Hartmann, el hecho de que un hombre pueda interesarse en algo fuera de sí mismo es una señal de que posee un 'yo' distintivo propio; y es ese impulso de afirmación del ego, precisamente, el que crea situaciones de interés humano.

sábado, 19 de enero de 2008

CARLOS HUÉ. Pensamiento emocional

HUÉ GARCÍA, Carlos, Pensamiento emocional. Un método para el desarrollo de la autoestima y el liderazgo, Mira Editores, Zaragoza, 2007, 390 págs.
Aunque muestre su deuda con el famoso Inteligencia emocional de Goleman, este Pensamiento emocional no es una simple secuela "a la española" de la obra del estadounidense. Uno de los principales valores del título de Carlos Hué –psicólogo asociado al ICE de la Universidad de Zaragoza– es, precisamente, proponer ejercicios con cuya realización asegura el autor que el lector mejorará en el cultivo de sus emociones. Es, por ello mismo, interesante –además de por la pasión y el corazón con que se vislumbra que ha sido concebido y escrito– para cualquiera que desee profundizar en su autoconocimiento y en el desarrollo personal. No en vano, Hué se refiere a la famosa inscripción del templo de Delfos, "conócete a ti mismo" Aunque, como dijo una amiga: "Pero, ¿y si no te gusta lo que ves?" Allá cada uno.
El libro está estructurado en 7 partes principales: conocimiento propio, valoración de uno mismo, control emocional, motivación personal, conocimiento de los demás, valoración de los otros, y control de los demás. Este lector echa de menos un índice más completo, que ayudase a la localización de aquellos aspectos que, dentro de cada capítulo, le pudiesen interesar más. Asimismo, le habría gustado encontrar un índice analítico que, de nuevo, la permitiera ir directamente al grano de un tema determinado. No se puede tener todo, desde luego.
Una salvedad levantada por este inexperto lector en temas de este jaez. Parece evidente que el libro, desde el mismo título, incite al cultivo de las emociones y, por tanto, del pensamiento emocional. Sin embargo, en un pasaje del libro, dedicado al control emocional, Hué se apoya en una propuesta de la escuela cognitivo-conductual en la que el "razonamiento emocional" sería uno de los tipos de "pensamiento distorsionado" (p. 173). Afortunadamente, y a pesar de esta aparente contradicción, Hué convence sobradamente al lector de la conveniencia del cultivo de las emociones.
Y un último lamento: algunas erratas y faltas tipográficas, seguramente debidas a una revisión-corrección demasiado acelerada. No una, ni dos, apariciones de "hallar" como verbo auxiliar, o de "cayó" como pretérito indefinido del verbo "callar". Salvedades que, de verdad, no restan valor a este libro del entrañable y amistoso Carlos Hué. Por cierto, Carlos: ¿quién es el autor de la portada?

martes, 15 de enero de 2008

La identidad masculina (en los siglos XVIII y XIX). ALBERTO RAMOS SANTANA (editor)

RAMOS SANTANA, Alberto, (ed.), La identidad masculina (en los siglos XVIII y XIX), Servicio de publicaciones de la Universidad de Cádiz, Cádiz, 1997.
Este curioso librito viene a ser como unas actas de los VII Encuentros de "La Ilustración al Romanticismo", que en esta ocasión se centraron en el asunto que le da título. Celebrados en mayo de 1995 en la Universidad de Cádiz, giraron en torno a la manera en que, principalmente, la literatura de los siglos XVIII y XIX retrataba a los personajes masculinos.
De entre las ponencias transcritas en este volumen, hay dos que me interesaron principamente, que son las que me limito a comentar:
1) Asunción Valero Gancedo escribe sobre "Napoléon Bonaparte y el mito de la paternidad en el romanticismo francés". Establece un curioso paralelismo entre el proceso que fue desde el fin del Ancien Régime a la entronización de Napoléon con el relato de Freud sobre la asesinato cometido sobre la figura del macho dominador de la manada cargo de la horda primitiva (que aparece en Tótem y tabú y que el vienés extrajo del antropólogo Atkinson). Un paralelismo ocurrente y, en mi opinión, sugerente. Termina Valero su ponencia hablando de la presencia de Napoléon, como la reencarnación del padre surgido de la comunidad de hermanos, en la obra de Balzac y Stendhal.
2) Luis Puelles Romero, en su "La voluntad de apariencia: estética del dandysmo", habla principalmente de Baudelaire como exponente ejemplar del dandi decimonónico en su visión más rompedora, en quien se unen un compromiso ético con otro estético, llevándole más allá de los fashionables ingleses crecidos a la sombra del Príncipe de Gales.

CHARLES TAYLOR: Fuentes del yo. La construcción de la identidad moderna

TAYLOR, Charles (1989), Fuentes del yo. La construcción de la identidad moderna, trad. de Ana Lizón, Paidós, Barcelona, 1996.
Obra de referencia para muchos sociólogos de la cultura, Fuentes del yo se centra de manera muy especial en la evolución de la personalidad creadora, en su faceta artística –ya sea plástica o, sobre todo, literaria.
Plantea Taylor, filósofo en Oxford y en Montreal, que nuestra contemporaneidad es en todo punto deudora de la Ilustración y del Romanticismo, enormes y multifacéticas transformaciones que "han hecho de nosotros lo que somos" (p. 415): "nuestra vida cultural, las concepciones que tenemos de nosotros mismos, nuestras perspectivas morales siguen desarrollándose en la estela de esos grandes acontecimientos" (p. 415). Es por todo ello que el filósofo se centra en esos períodos de la historia del pensamiento y de la creación en Europa occidental –que son, además, en los que este menda esperaba poder ahondar con la lectura de este grueso ladrillo de más de 600 páginas de densa escritura.
La evolución presentada por Taylor (o en el tramo de esa evolución en la que yo me he centrado, capítulos 17 a 25) viene a referir que la seguridad que ofrecía el pensamiento centrado en la religión se vino en cierto modo abajo con la Ilustración. Esta hizo que fuera la Razón y la conciencia el germen del pensamiento y del conocimiento del mundo. Rousseau recomendaría buscar en la naturaleza las fuentes de la natural benevolencia y de su bondad (el poeta Wordsworth diría que "la mente del hombre es el espejo natural para las cualidades más hermosas y más interesantes de la naturaleza", p. 484). Esa naturaleza inherente al Hombre, era necesario que cada uno la buscara en sí mismo a través de un intenso trabajo de introspección: cada individuo se convertía en una expresión de esa naturaleza secular, que sería una de las principales innovaciones del primer Romanticismo. El arte, a partir de ese momento, se centró en el estudio y explotación de la sensibilidad individual, donde sólo era posible encontrar la expresión de la naturaleza. El arte actual es heredero de esa concepción, gracias a la cual consideramos al artista como una persona dotada de unas especiales características que hacen que su interior, su intimidad y su sensibilidad, sean objeto de nuestra contemplación arrobada. Es el tipo de expresión o de creación epifánica, tal y como la denomina Taylor, fruto de una especial efervescencia del espíritu del artista.
Taylor, al centrarse más en este aspecto que en el de la evolución de la identidad propiamente dicha, cumple a medias las expectativas de quien, como el que esto escribe, se acerca a este título. Tal vez se eche a faltar consideraciones de tipo psicológico, totalmente necesarias para la comprensión total de la identidad moderna. Es en la obra de sociólogos como Giddens, Bourdieu y Bauman donde podremos encontrar una construcción conceptual más amplia, y no sólo referida a los aspectos filosóficos de la modernidad.

martes, 8 de enero de 2008

ANTHONY GIDDENS: Modernidad e identidad del yo. El yo y la sociedad en la época contemporánea

GIDDENS, Anthony (1991), Modernidad e identidad del yo. El yo y la sociedad en la época contemporánea, trad. de José Luis Gil Aristu, Península, Barcelona, 1994.
Grueso volumen del sociólogo británico sobre la búsqueda de la identidad personal por parte del individuo de las sociedades contamporáneas. Profusamente apoyado por la obra de otros sociólogos del ámbito anglosajón (Taylor, Sennett, etc.) , esta obra no se propone como un tratado de psicología –aunque se utilice las opiniones de muchos psicólogos–, sobre la identidad, sino sobre el individuo en las sociedades postradicionales y sus dificultades para convertirse en alguien dotado de una imagen propia de sí mismo.
Se estructura el discurso de Giddens acerca de la identidad en base a dos pilares fundamentales: 1) que la construcción identitaria se basa en un proyecto reflejo (es decir, fruto de una reflexión por la que el individuo se propone unas metas y unos fines); 2) que ese proyecto reflejo debería poder ser structurado, a su vez, como una crónica personal de la vida, en la que se perciban los puntos principales de una planificación reflexiva.
Varios son, según Giddens, los obstáculos con que se encuentra el individuo moderno a la hora de planificar su vida según un proyecto reflejo. Todos los saberes, que parecían inamovibles en las sociedades premodernas, son constantemente sometidos a revisión por la ciencia contamporánea; nada es seguro, puesto que susceptible de ser derribado por nuevas convicciones que cambien la perspectiva y el sentido moral de los individuos, sin asideros seguros a los que aferrarse. De ahí que la duda provoque una construcción constante de la identidad.
Por una parte, la duda ha reemplazado a las convicciones que aportaba el antiguo régimen, patriarcal y tradicional. Los ritos de paso, que antaño dotaban de un foco de solidaridad y pertenencia del individuo a la comunidad, han desaparecido casi por completo en la sociedad moderna. La religión, en su inmensa mayoría, ha perdido el poder moral que tuviera en otro tiempo. Por último, el declive de la familia patriarcal, o de la familia a secas, hace que el individuo se las tenga que ver consigo mismo a la hora de construir su identidad personal.
Amén de estos importantes obstáculos, la sociedad moderna conduce, mediante la mercantilización de los objetos, al narcisismo del individuo, quien termina por encontrar únicamente en sí mismo las fuentes de su definición personal. Esto, sin embargo, puede contribuir a que el individuo albergue sentimientos de omnipotencia y de grandeza totalmente opuestos, según Giddens (que se apoya en Lasch) a la construcción de una vida armónica con la sociedad en que se inscribe. "El narcisismo –señala Giddens– es una preocupación por el yo que impide al individuo establecer límites válidos entre el yo y los mundos externos. El narcisismo relaciona los sucesos exteriores con las necesidades y deseos del yo, preguntándose sólo 'qué significa eso para mí'" (p. 216). De esa manera, el narcisista alberga difícilmente sentimientos de empatía y solidaridad con el mundo que le rodea, centrado como está en una constante búsqueda personal.
Otra consecuencia del declive de la sociedad tradicional es que la vergüenza (en su sentido psicológico) ha sustituido a la culpa. Esta última era el corifeo negativo. Mientras la vergüenza depende de sentimientos de insuficiencia personal, debiéndose entender en relación con la integridad del yo, la culpa deriva de sentimientos de haber obrado mal (p. 88). En ausencia de un código moral fijo e inamovible, sólo el propio código, el proyecto reflejo del individuo marca la norma; de ahí que sea precisamente la insuficiencia personal a la hora de cumplir con los propios propósitos vitales la que sea fuente de malestar. Su cometido será tanto más importante en la personalidad adulta cuanto más internamente referencial sea la identidad del yo.
Interesante y denso, este título de Giddens intenta huir de todo dogmatismo normativo, como no podía ser de otra manera en alguien que cree en la constante evolución de una sociedad moderna como la nuestra.

jueves, 3 de enero de 2008

BALZAC: El lirio en el valle

BALZAC, Honoré de (1836), Le Lys dans la vallée, Gallimard-Folio, Paris, 1972 (versión española: El lirio en el valle, Siglo XXI de España Editores, Madrid, 2007).
Uno de los Balzac más íntimos se presenta en este Lirio en el valle, novela de amor en la que se narra la relación entre el joven Félix de Vandenesse y la noble Blanche-Henriette de Mortsauf. Obra romántica, con una conclusión similar al de la dumasiana Dama de las camelias, contiene muchas claves autobiográficas de su autor. Como Félix, el propio Balzac pasó larguísimos períodos de su adolescencia separado y casi olvidado por sus padres, internado en distintas instituciones educativas. Era ello algo habitual entre la burguesía del siglo XIX, que sometía a los niños franceses a la comparación con los compañeros que venían de los territorios de ultramar (1): "moi, de qui les parents étaient à quelques lieues de là, je restais dans les cours avec les Outre-mer" (p.23).
Una vez retornado al hogar familiar, el joven Félix es llamado a representar a su linaje en una fiesta ofrecida por el duque de Angulema para celebrar la vuelta de los Borbones. Allí conoce a una joven señora, cuyo físico le impresiona y a la que no puede evitar estampar un beso en su bello hombro como despedida del enamorado sin esperanza. Trastornado por el encuentro, la salud de Félix empeora, por lo que su familia le aconseja ir a sanar al campo, a la casa de un amigo de la familia que, azarosamente, es vecino de Clochegourde, la mansión de Henriette, condesa de Mortsauf, su enamorada.
El libro continúa narrando, pues, el tierno amor del joven y la señora, en quien él encuentra el sustitutivo del amor materno, pues ella se niega a satisfacer sus impulsos físicos. Gracias a la influencia de su nueva "familia", Félix consigue un estupendo puesto en la administración de Luis XVIII, volviendo de París a Clochegourde como un alto funcionario de la corona. Pero en medio de su vida munda conoce a la inglesa lady Dudley, a cuyos encantos sucumbe. Los celos corroen por dentro a Henriette, quien muere finalmente en loor de santidad.
Novela de iniciación y de carrera de un joven durante los cien días de la Restauración francesa, en la que Balzac puso lo más espiritual de su sensibilidad amorosa: en ella se glorifica una especie de aristocracia de los sentimientos, que Balzacv pretendería que fuese distintiva de la nobleza en su comparación con la rampante burguesía comercial del siglo XIX europeo: "dans nos plates moeurs modernes, l'aristocratie ne peut plus se révéler que par l'extraordinaire des sentiments –dice Balzac por boca de lady Dudley (p.230).
El lirio en el valle ejemplifica la pulsión a la autosuficiencia que comenta Anthony Giddens en su Transformación de la intimidad (ver entrada en revistadelibros): toda narración creadora de un sentido de vida individual debería glosar la privación del amor original de la madre (p.110). Balzac reconstruye su vida gracias a la creación literaria, recuperando a su madre mediante el recuerdo de aquellas mujeres de mayor edad que le amaron durante su frenética vida de escritor.
(1) Como revela Yvonne Knibiehler en "Madres y nodrizas", en TUBERT, Silvia (ed.), Figuras de la madre, Cátedra Feminismos, Madrid, 1996, pp. 95-118. Asimismo, esta costumbre decimonónica está sobradamente reseñada en la obra de Joris-Karl Huysmans, así como en el poema de Rimbaud "Les Étrennes des orphelins".