martes, 4 de marzo de 2008

PEPE RIBAS: "Los 70 a Destajo. Ajoblanco y libertad"

RIBAS, José, Los 70 a Destajo. Ajoblanco y libertad, RBA, Barcelona, 2007, 590 págs.
Enorme libro de memorias, recuento de crónicas, diario en forma de relato, Los 70 a Destajo es una lectura estimulante, un frescor primaveral sobre la juventud de su autor, quien fuera director durante las dos épocas del Ajoblanco.
Una de las cosas que me han llamado más la atención de sus casi 600 páginas –que he devorado, sinceramente, a pesar de un estilo que no siempre me ha parecido atractivo– es que sus protagonistas tuvieran entre 20 y 27 años. A los 20 años, mis amigos y yo sólo pensábamos en juerguear y en pasarnos de rosca; ni se nos ocurrió pensar siquiera en desarrollar una sociedad mejor: estábamos tan despolitizados que la simple mención de cualquier ideología era merecedora de los mayores exabruptos. José Ribas y sus compañeros ajoblanqueros (especialmente Toni Puig y Fernando Mir) rechazaban el pasotismo que, de manera incipiente, empezaba a manifestarse tras la muerte de Franco en Barcelona y Madrid; lo rechazaban sobre todo por inútil, por ser muestra de un nihilismo inmovilizador que sólo servía a los altos intereses de quienes deseaban convertir a la juventud española en consumidores de los nuevos productos culturales, en adocenados transeúntes de la España del capital que la tan traída y tan alabada Transición terminó por construir.
Ajoblanco apostó por el anarquismo libertario y las nuevas tendencias en sexualidad, en ecologismo, en vida colectiva, en literatura. Sus redactores intentaron vivir su vida de acuerdo con lo que predicaban en esa revista pionera en el desértico panorama español del primer postfranquismo: un mundo sin hipocresías, en el que la sexualidad fuese vehículo de afectos, en el que el desarrollo se realizase bajo nuevos parámetros de respeto al medio ambiente, en un clima de igualdad social, de educación y formación. Las vanidades personales, las dificultades económicas (especialmente la bestial subida de precios del 77-78), el pasotismo y el nihilismo punk y el pactismo de las fuerzas progresistas truncaron un proyecto en el que esos jóvenes dieron sus mejores años.
Como curiosidades del libro cabe mencionar el gran cúmulo de nombres que más tarde serían célebres por una u otra cosa –especialmente dentro de la intelectualidad y la edición catalanas, lo que no hace sino atestiguar que el pastel del principado se lo han venido repartiendo desde hace siglos las mismas pocas familias barcelonesas de siempre, fueran estas libertarias o burguesas. Así, y a título de ejemplo, en el Ajoblanco colaboraron Luis Racionero (urbanista reputado, quien formó parte del núcleo duro), Fernando Savater (recomendado por Agustín García Calvo desde su exilio parisién), Karmele Marchante (feminista convencida y redactora libertaria, quién la ha visto y quién la ve), Nuria Amat, Soledad Gállego, Javier Losilla (a sueldo ahora de Aragón TV), Federico Jiménez Losantos (quien publicó su libro Lo que queda de España en la nueva editorial de la revista, p.571)... Así como colaboradores varios que en uno u otro momento estuvieron cerca del movimiento libertario: Moncho Alpuente, Ceesepé, Alberto García-Alix, Pau Riba (el primer hippy de Cataluña, dice Ribas), Jaume Sisa, Mario Gas...
Otra curiosidad es que, siendo anarquistas libertarios cuya patria era el mundo entero, comulgasen con parte del movimiento identitario catalán –lo que demuestra que en Cataluña ser nacionalista era casi una obligación para la gente de izquierdas, convencidos todos ellos de que había que sacar a la nación catalana de su marasmo. Así, y a propósito de la gran mnifestación de la Diada de 1977, escribe Ribas que la gente que fue "compartimos el sentimiento de pertenencia a un pueblo negado" (p. 518). Eso parece negar la idea tantas veces subrayada en el libro de que el catalanismo podía dar al traste con el proyecto de construcción de una sociedad diferente tras la muerte del dictador: "si los comunistas abrazaban el eurocomunismo y los nacionalistas diluían la lucha social mediante sentimientos territoriales e identitarios, y si ese conglomerado de fuerzas alcanzaba un pacto, el cambio social que soñaba la parte más libre del país se iría a pique" (p.249).
Y, ya por último, comentar me cabe el estilo grandilocuente e ingenuamente mesiánico, que a veces llama a la sonrisa perdonavidas o a la tierna comprensión, de algunos pasajes. Como muestra, un botón: Ribas solía escaparse a una cuevecita en la montaña de Montjuïc para reflexionar lejos de las luces de la ciudad; en una de esas noches, se enfrente a un diálogo con su conciencia: "la voz que tantas veces me ha hablado y que tanto ha hecho para no acomodarme jamás a nada que pudiera apartarme de una vida independiente y libre. 'Sé fuerte y aprende a vivir solo'. (…) Me sentía vulnerable, pero mi voz interior me empujaba a ser valiente, a aparcar mi origen y a luchar por un mundo nuevo sin hipocresía" (p.46). En fin, posiblemente se deba esto a copias demasiado literales y rápidas del texto adolescente del diario íntimo que el autor fue rellenando durante años, y que de seguro sirvieron de fuente de datos e inspiración para este libro.
Será interesante comparar estas crónicas con las recientemente publicadas por Federico Jiménez Losantos sobre la misma ciudad y la misma época. Contrasta, pero no soprende, el respeto con que Ribas habla del actual vocero de los obispos con el calificativo de 'mentiroso' que el turolense le aplica en su crónica. La lectura de ambas obras servirá, seguro, para una mejor comprensión de una época en la que crecimos los de la generación quien esto escribe.

lunes, 25 de febrero de 2008

SIMONE DE BEAUVOIR: El Segundo Sexo (1949)

BEAUVOIR, Simone de (1949), Le Deuxième Sexe, Gallimard-Folio, 1986.
Este año conocerá la celebración del centenario del nacimiento de esta gran pensadora francesa, adalid de la emancipación femenina e instigadora del feminismo "ilustrado" y "universalista" –que es como se le conoce en los círculos del pensamiento feminista actuales (en oposición a, por ejemplo, esencialista, lesbiano, ecofeminismo y otros).
"Una no nace mujer: se convierte" (on ne naît pas femme, on le devient). Esta célebre máxima del Castor (así la llamaban en su círculo de intelectuales izquierdistas, Sartre, Camus, Leiris y su compañero Claude Lantzmann, el del filme Shoah) lleva tras de sí una densísima y larga elaboración que viene a afirmar que las diferencias de género son meros constructos socioculturales. Aunque a veces caiga en la trampa del esencialismo, Beauvoir echa una reposada mirada a la historia, a los tópicos y a las convicciones sociales para desmontar toda la estrategia de sometimiento que han sufrido las mujeres desde la noche de los tiempos.
Si los géneros sólo son útiles en vista de la reproducción, ¿por qué nuestra sociedad sigue considerándolos válidos? ¿Acaso en nuestros días, cuando las máquinas han hecho innecesario el uso de la fuerza bruta masculina y los servicios han invadido los sectores productivos, la división de roles en el trabajo sigue siendo útil y/o necesaria? Mujeres y hombres son iguales, en este nuevo marco que es el de la contemporaneidad, puesto que sus capacidades también lo son. La compartimentación parece ser el fruto de la sempiterna moral familiar, de corte conservador, presente y actuante incluso cuando la contracepción lidera la inmensa mayoría de los encuentros heterosexuales.
Aunque con el tiempo (en unas declaraciones a Alice Schwarzer en 1986), Beauvoir revisara la ingenuidad de algunas de las afirmaciones vertidas en 1949, en El Segundo Sexo la escritora veía en el socialismo la única posibilidad para que las diferencias de género se resuelvan. Eran, desde luego, otros tiempos, en los que Europa se debatía entre la influencia ultracapitalista de los Estados Unidos (a quien el Viejo Mundo parecía deberles su liberación de la invasión alemana) y la comunista de la URSS. Precisamente, en una novela posterior a este gran ensayo (Les Mandarins), Beauvoir narraría cómo su grupo de amigos escritores rompería progresivamente con el bloque soviético ante la publicidad que se dio a los campos de concentración, corrección y exterminio existentes en Siberia. Ello provocaría la ruptura y separación de, sobre todo, Sartre, del PCF, partido que fuera el que liderara la Resistencia y la reconstrucción civiles democráticas en los últimos años de la Guerra Mundial y primeros de la Liberación.
Siempre es momento, desde luego, para revisar y estudiar con atención este hito del pensamiento igualitario de todos los tiempos. Este post es una invitación a ello.

DRISS CHRAÏBI: Le Passé simple (1954)

CHRAÏBI, Driss (1954), Le Passé simple, Denoël-Folio, París, 1986.

Impactante obra del marroquí Chraïbi, uno de los grandes nombres de la literatura magrebí de expresión francesa, Le Passé simple es una agria novela de iniciación: a la rabia, al desapego, a la escapada, a la puesta en tela de juicio de los valores eternos de la sociedad marroquí de mediados de los 50 (la obra fue editada en 1954 como una bomba).
El joven Driss (no sabemos si sosias del autor), educado en la civilización y la lengua francesas, es hijo de un rico comerciante en tes de Casablanca. Progresivamente enfadado con la hipocresía visible de los que hacen de la fe un modo de promoción social, renuncia en primer lugar a todos los preceptos de la ley musulmana; renuncia, en segundo, a su familia viendo como esta se somete sin discusión a los dictados del todopoderoso padre; se enfrenta a su progenitor y termina por robarle sus posesiones y repartirlas entre sus compinches. Un viaje a Fes y la muerte de dos seres cercanos provocan la huida de Driss, quien vuelve a la casa del padre tras haberse gastado el botín del robo con todas las trabajadoras de un burdel. Con la reconciliación con el patriarca de la familia, Driss consigue que le financie su viaje a París, donde aumentar su formación y su separación de una sociedad de la que echa pestes.
Agresivo, denso, hipnótico por momentos, este Pasado simple (o Pretérito indefinido, pues el título se refiere también a este tiempo verbal, ya en desuso y verdadero escollo de la gramática francesa –de ahí que el título alimente una significación múltiple: la dificultad de la cultura francesa, la simpleza de la sociedad musulmana, o que se trate de relatar el pasado, simplemente) es un tesoro de erudición y de vocabulario, pues en él el lector encontrará innumerables expresiones de origen magrebí que han pasado a la lengua de Voltaire. Ello dificulta una lectura sosegada y tranquila. Pero no creo que Sidi Chraïbi buscara seducir al lectocon vacuos encandilamientos, sino fastidiarle, atizarle y sacudirle. Más dramática aún que esta es la novela Les Boucs (los chivos), sin traducción al castellano por mí conocida, y que narra las enormes vicisitudes de unos magrebíes en París: parias, mendigos, buscavidas, sus personajes sufren no sólo hambre e ignominia, sino el autodesprecio más acerado.

lunes, 11 de febrero de 2008

Las Consecuencias perversas de la modernidad

BERIAIN, Josetxo (comp.), Las Consecuencias perversas de la modernidad, trad. de Celso Sánchez Capdequí, Antrhopos, Barcelona, 1996.
Colección de extractos sobre la modernidad de algunos de los más conspicuos sociólogos europeos actuales: Anthony Giddens, de quien se editan extractos retraducidos de Modernidad e identidad del yo (ya reseñado en este blog); Zygmunt Bauman, profesor en Leeds y autor de, por ejemplo, Amor líquido; Niklas Luhmann, profe en la universidad alemana de Bielefeld; y Ulrich Beck, alemán también, autor de la famosa La Sociedad del riesgo.
Un largo prólogo del profesor de la uni de Navarra Josetxo Beriain presenta de manera un tanto cargante la colección.

jueves, 31 de enero de 2008

PROUST: En busca del tiempo perdido












PROUST, Marcel, À la Recherche du temps perdu (7 volumes: Du Côté de chez Swann, À l'Ombre des jeunes filles en fleurs, Le Côté de Guermantes, Sodome et Gomorrhe, La Prisonnière, Albertine disparue, Le Temps retrouvé), Gallimard, París, 1999.
Monumental obra de la literatura universal, modelo de la novela introspectiva y punto de inflexión entre la narrativa decimonónica y la experimentación del siglo XX.
– "¿De qué habla la Recherche?" –me preguntó una amiga que me vio leer Du Côté de chez Swann recostado en las arenas de una playa mediterránea; y no supe qué contestarle –tal vez consiguió Proust cumplir el deseo expresado por Huysmans de escribir una novela que no hablara de nada, sin tema ni trama; pues uno no sabe cuál es el tema principal de la obra hasta que no llega al último tomo: Marcel ha recogido tantísimos acontecimientos de su vida mundana y personal para recuperar los sentimientos que dan sentido a una vida. Al principio, el mecanismo disparador de los recuerdos y las sensaciones es el sabor de una madalena embebida en té que el niño Marcel prueba junto a su tía en Combray (la famosa madalena de Proust). Al final, ya en Le Temps retrouvé, los adoquines desiguales de la entrada a la nueva mansión de los Guermantes hace rememorar bruscamente a un avejentado Marcel su viaje de juventud a Venecia. La memoria involuntaria puesta en valor.
Entre medio, numerosísimas y en ocasiones largas digresiones sobre arte plástico, música (la sugerente sonata de Vinteuil, alentadora de los amores de Swann y Odette), literatura (Bergotte, admirado por el faubourg Saint-Germain), política (el affaire Dreyfus y la ola de antisemitismo que generó)... Y un montón de profundos retratos de la más selecta sociedad del París de la Belle Époque: los duqueses de Guermantes (apellido cuya sonoridad es el principal atractivo para el protagonista), el barón de Charlus (culto, refinado, altivo, cascarrabias y gran amante de hombres), el cogollito establecido en torno a Mme Verdurin (a cuyo salón no querían acudir los verdaderos elegantes de la aristocracia por considerarlo demasiado vulgar y advenedizo), el salón de los Cambremer, la propia familia de Marcel, Swann y Odette ... Y los amores del héroe, primero por Mme de Guermantes, después por Gilberte (hija del erudito y finísimo judío Swann), Albertine (fille en fleurs a quien encontró en Balbec y cuyos amores lesbianos traían a Marcel por la calle de la amargura), el deseo nunca satisfecho por la misteriosa criada de Mme Putbus...
Páginas y páginas, y más páginas que impiden una memorización completa de todos los episodios, de todas las anécdotas, de todas las observaciones. Un texto tan denso que el lector se siente casi obligado a saltarse algunos pasajes en exceso rebarbativos –que haría decir a Roland Barthes en Plaisir du texte que la dicha de leer a Proust era que de una lectura a otra el lector nunca se saltaba los mismos episodios. Lo que deja claro Proust en su monumental Recherche es la confianza que él da a la inteligencia, a la vida intelectual como motor y principal fuente de los acontecimentos más importantes en la vida de una persona; es en ella, y no en la vida "real", donde se condensan todas las sensaciones y las emociones de la existencia, sin las cuales el ser humano sería como un vegetal. El cerebro es, pues, como una cuenca minera en la que hubiese un enorme filón de metales preciosos; el escritor se pondrá como objetivo la explotación exclusiva de esa mina –lo que haría Proust durante los últimos años de su vida postrado en su cama, dictando el texto serpenteante y denso de su Recherche.
Muchas horas, muchos días, meses de placer para quien se acerque a esta monumental obra con calma y emoción; más de 2.500 páginas de apretada letra que harán las delicias del lector reposado y paciente.
Existen, que yo conozca, dos traducciones "canónicas" del texto de Proust al castellano: la clásica En busca del tiempo perdido, vertida por Pedro Salinas; otra, más reciente y con un notable y abundante aparato crítico A la busca del tiempo perdido, vertida por Mauricio Armiño en Valdemar.

HOUELLEBECQ: La posibilidad de una isla

HOUELLEBECQ, Michel, La Possibilité d'une île, Fayard-Livre de Poche, Paris, 2005.

La última novela hasta la fecha de Michel Houellebecq es un producto menor, apto para ser consumido en viajes o en estaciones de tren. Todos sus ingredientes típicos, verdaderos lugares comunes de su producción literaria, están presentes en La posibilidad de una isla: protagonista masculino desengañado y cínico, obsesionado por el erotismo, objetualización sin ambages del cuerpo femenino, numerosas escenas de sexo explícito, tesis sobre la sociedad con ligeros componentes científicos, comentarios políticos que rozan un rancio derechismo... Ya en Plataforma y, sobre todo, en Las partículas elementales, Houellebecq acostumbró a su público a esos elementos sin que este llegara a cansarse; ahora, sin embargo, considero que esta Posibilidad de una isla es un subproducto de la factoría Houellebecq.
Dos relatos en paralelo: el de Daniel 1 y el de Daniel 24; el primero es el típico personaje houellebecquiano, habitante de una gran ciudad, que narra sus vicisitudes principalmente amorosas: su larga relación con la periodista Isabelle y su tórrido romance otoñal con la jovencita Esther dan sentido a una existencia vacía y sin orientación bien definida. Conseguido el éxito profesional, Daniel termina yéndose a vivir a una casa aislada en medio del PN del Cabo de Gata. Isabelle abandona el hogar común sintiéndose demasiado mayor para el gusto de su amante; es entonces que aparece Esther, desinhibida madrileña que protagoniza los mejores momentos de felicidad del protagonista. Pero Esther se va a continuar sus estudios a Nueva York, dejando convencido a Daniel de que su relación está terminada –lo que le sume en una desesperación definitiva.
El relato de Daniel 24 parece ser el comentario a la lectura del manuscrito de Daniel 1, 24 generaciones más tarde y en pleno imperio de los neo-humanos sobre un planeta devastado por explosiones nucleares y poderosas sequías. La secta de los Elohimitas, en la que ingresó Daniel 1, desarrolló un sistema altamente sofisticado de conservación del ADN y de los datos de la memoria de sus fieles; todos los descendientes son clones de sus antecedentes, guardando difusamente sus motivaciones y recuerdos. Sin embargo, y como consecuencia de la progresiva autonomía del ser humano para la reproducción de la especie, los neo-humanos viven en absoluta soledad, llegando a desconocer por completo la existencia del deseo físico –a no ser como una referencia, digamos, histórico-literaria.
Tras el término del relato de Daniel 1, y a título de epílogo-comentario, Daniel 24 toma las riendas de la narración; abandona su hogar para entrar en contacto con los hombres salvajes que todavía pululan por la geografía terrestre. Caminando días y días sin casi detenerse y sin apenas alimentarse –los neo-humanos han alcanzado un sistema de nutrición autotrófico, basado en el procesamiento de los rayos del sol y la ingesta de cápsulas de sales minerales–, el encuentro con los hombres es decepcionante: se comportan como bestias, sucios, animalizados, algunos de ellos con costras producidas por la radiación nuclear. La humanidad vuelve a su estado primitivo tras las hecatombes, al que ha llegado tras un período de gran avance tecnológico –que sería el que marcaría su fin. Los neo-humanos son, pues, una metáfora de la deshumanización completa a la que parece creer Houellebecq que está abocada la sociedad: carentes de toda humanidad básica, su vida se convierte en una mera y fría perpetuación, sin que la felicidad parezca habitarles.
En fin, relato de vocación cínica y casi apocalíptica, que hará las delicias de los fans acérrimos de Houellebecq –y que yo mismo he leído sin aburrirme, aunque haya visto en ella una novela de fácil digestión que no dejará mucha huella en mi memoria. Houellebecq, no obstante, en estado puro, que sigue escondiendo un corazoncito humanista tras una gruesa coraza de desapego por todo lo que no sea placer inmediato. Parafraseando al Stendhal de De l'amour, nada es bello si no resulta ser una promesa de deleite, parece decirnos el autor...
Si os interesa profundizar en mis opiniones sobre este autor, os invito a consultar el siguiente documento: http://curroblog.blogspot.com/2007/07/resea-sobre-houellebecq-un-humanista.html

lunes, 21 de enero de 2008

SENNETT, Richard, Vida urbana e identidad personal. Los usos del orden, trad. de Josep Rovira, Península, Barcelona, 2001, 270 págs.

Richard Sennett es un conocido sociólogo estadounidense, doctor en filosofía, autor de varios libros sobre psicología social y la vida familiar urbana. Su obra actual de referencia es La Corrosión del carácter, donde exponía la forma en que la personalidad de los trabajadores se desgastaba en un ambiente de inestabilidad laboral y constante mutación.
En este Vida urbana e identidad personal se ocupa básicamente de los mismos asuntos, y así lo explicita el propio autor: "el tema de este libro es que surge en la adolescencia una serie de impulsos y anhelos que pueden conducir por sí mismos a una esclavitud autoimpuesta; que la actual organización de las comunidades urbanas estimula a los hombres a esclavizarse en formas adolescentes; que es posible romper este marco para alcanzar una edad adulta cuya libertad resida en la aceptación de un desorden y una dislocación dolorosos; que el tránsito desde esta adolescencia a esta nueva edad adulta depende de una estructura de experiencias que únicamente puede tener lugar en un asentamiento humano denso e incontrolable: en otras palabras, en una ciudad" (p. 34).
La esclavitud autoimpuesta proviene de lo que Sennett llama "identidad purificada", forjada en la adolescencia como un medio de eludir experiencias que pueden ser temibles, desconcertantes o dolorosas. El adolescente puede ser empujado por su entorno familiar a aceptar los puntos de vista de ésta sobre el modo de afrontar la vida y sus dificultades; de esa manera, al adolescente entrará en la adulta sin haber experimentado sus propias convicciones vitales, convirtiéndose en una especie de autómata (esto lo añado yo), programado de antemano. Se trata, pues, de una especie de autocastración, de una frustración buscada, por la que el individuo tiende antes a domesticar sus expectativas, esperanzas y, en definitiva, su desarrollo, por mor de una más fácil y menos arriesgada inclusión en la sociedad ambiente.
Dentro de las sociedades del ámbito occidental contemporáneo (Europa y, sobre todo, Estados Unidos), la institución que mejor transmite esa obligación de pureza es la familia, que enseña al individuo medio a aceptar el mito de una convivencia sin fricciones. Ahora bien, afirma Sennett que para un desarrollo deseable de la personalidad se produzca, "los hombres deben sucesivamente crecer para ansiar lo desconocido, para sentirse incompletos sin una cierta anarquía en sus vidas, para aprender, como Denis de Rougemont dice, a amar 'la cualidad de ser de otra forma' de los que le rodean" (p. 162). Una anarquía que no destruirá a los hombres, sino que los hará más fructíferos y maduros.
Clama Sennett por una sociedad de individuos conscientemente limitados, constantemente mutables, y reacios a someter su pequeñez a cualquier visión realmente grande, refractarios a integrarse en ese conjunto, a pertenecer al todo. Porque la identidad de un adulto, lejos de conformarse como una serie de atributos que nos definen de antemano y per saecula saeculorum, se define como la serie de actos que puede realizar una persona (p. 175). Parafraseando a Simone de Beauvoir, podría decirse que "no nacemos individuos, sino que nos hacemos".
Un libro agudo e interesante, que el lector lego encontrará válido a pesar de que esté de acuerdo con el demoledor prólogo que le ofrece Tomàs Llorens. No sólo estima Llorens que ciertas ideas de base de Sennett permanecen sin desarrollar y, por lo tanto, únicamente son aceptables como metáforas; también el prologuista abunda sobre la incosistencia del cimiento psicoanalítico del que se sirve el sociólogo estadounidense para hablar de las daños provocados por la familia. "Las debilidades o incoherencias teóricas, en un libro que no se propone como fin principal la presentación de una teoría de la sociedad, parecen (y son) tolerables" –dice Llorens (p. 24). Hila tal vez demasiado fino el que fuera conservador-jefe del museo Thyssen-Bornemisza, licenciado en Historia pero doctorado con una tesis en Filosofía. No hay que olvidar, no obstante las duras aseveraciones del prologuista, que el psicoanálisis ha sido y es una teoría de enorme valor en la deconstrucción de los fundamentos de nuestra sociedad, así como en el análisis de las motivaciones del individuo en la satisfacción de sus expectativas. Tal vez el poso del nacionalcatolicismo sea lo que empuje a numerosos pensadores españoles a rechazar el pensamiento freudiano en torno a la familia y los impulsos de naturaleza sexual que en ella imperan –algo que no se da en el entorno europeo, si exceptuamos a la crítica reaccionaria, que entiende necesaria y urgente la desactivación de Marx y Freud.
Pero, bueno, como diría el psicólogo Heinz Hartmann, el hecho de que un hombre pueda interesarse en algo fuera de sí mismo es una señal de que posee un 'yo' distintivo propio; y es ese impulso de afirmación del ego, precisamente, el que crea situaciones de interés humano.