PROUST, Marcel, À la Recherche du temps perdu (7 volumes: Du Côté de chez Swann, À l'Ombre des jeunes filles en fleurs, Le Côté de Guermantes, Sodome et Gomorrhe, La Prisonnière, Albertine disparue, Le Temps retrouvé), Gallimard, París, 1999.
Monumental obra de la literatura universal, modelo de la novela introspectiva y punto de inflexión entre la narrativa decimonónica y la experimentación del siglo XX.
– "¿De qué habla la Recherche?" –me preguntó una amiga que me vio leer Du Côté de chez Swann recostado en las arenas de una playa mediterránea; y no supe qué contestarle –tal vez consiguió Proust cumplir el deseo expresado por Huysmans de escribir una novela que no hablara de nada, sin tema ni trama; pues uno no sabe cuál es el tema principal de la obra hasta que no llega al último tomo: Marcel ha recogido tantísimos acontecimientos de su vida mundana y personal para recuperar los sentimientos que dan sentido a una vida. Al principio, el mecanismo disparador de los recuerdos y las sensaciones es el sabor de una madalena embebida en té que el niño Marcel prueba junto a su tía en Combray (la famosa madalena de Proust). Al final, ya en Le Temps retrouvé, los adoquines desiguales de la entrada a la nueva mansión de los Guermantes hace rememorar bruscamente a un avejentado Marcel su viaje de juventud a Venecia. La memoria involuntaria puesta en valor.
Entre medio, numerosísimas y en ocasiones largas digresiones sobre arte plástico, música (la sugerente sonata de Vinteuil, alentadora de los amores de Swann y Odette), literatura (Bergotte, admirado por el faubourg Saint-Germain), política (el affaire Dreyfus y la ola de antisemitismo que generó)... Y un montón de profundos retratos de la más selecta sociedad del París de la Belle Époque: los duqueses de Guermantes (apellido cuya sonoridad es el principal atractivo para el protagonista), el barón de Charlus (culto, refinado, altivo, cascarrabias y gran amante de hombres), el cogollito establecido en torno a Mme Verdurin (a cuyo salón no querían acudir los verdaderos elegantes de la aristocracia por considerarlo demasiado vulgar y advenedizo), el salón de los Cambremer, la propia familia de Marcel, Swann y Odette ... Y los amores del héroe, primero por Mme de Guermantes, después por Gilberte (hija del erudito y finísimo judío Swann), Albertine (fille en fleurs a quien encontró en Balbec y cuyos amores lesbianos traían a Marcel por la calle de la amargura), el deseo nunca satisfecho por la misteriosa criada de Mme Putbus...
Páginas y páginas, y más páginas que impiden una memorización completa de todos los episodios, de todas las anécdotas, de todas las observaciones. Un texto tan denso que el lector se siente casi obligado a saltarse algunos pasajes en exceso rebarbativos –que haría decir a Roland Barthes en Plaisir du texte que la dicha de leer a Proust era que de una lectura a otra el lector nunca se saltaba los mismos episodios. Lo que deja claro Proust en su monumental Recherche es la confianza que él da a la inteligencia, a la vida intelectual como motor y principal fuente de los acontecimentos más importantes en la vida de una persona; es en ella, y no en la vida "real", donde se condensan todas las sensaciones y las emociones de la existencia, sin las cuales el ser humano sería como un vegetal. El cerebro es, pues, como una cuenca minera en la que hubiese un enorme filón de metales preciosos; el escritor se pondrá como objetivo la explotación exclusiva de esa mina –lo que haría Proust durante los últimos años de su vida postrado en su cama, dictando el texto serpenteante y denso de su Recherche.
Muchas horas, muchos días, meses de placer para quien se acerque a esta monumental obra con calma y emoción; más de 2.500 páginas de apretada letra que harán las delicias del lector reposado y paciente.
Monumental obra de la literatura universal, modelo de la novela introspectiva y punto de inflexión entre la narrativa decimonónica y la experimentación del siglo XX.
– "¿De qué habla la Recherche?" –me preguntó una amiga que me vio leer Du Côté de chez Swann recostado en las arenas de una playa mediterránea; y no supe qué contestarle –tal vez consiguió Proust cumplir el deseo expresado por Huysmans de escribir una novela que no hablara de nada, sin tema ni trama; pues uno no sabe cuál es el tema principal de la obra hasta que no llega al último tomo: Marcel ha recogido tantísimos acontecimientos de su vida mundana y personal para recuperar los sentimientos que dan sentido a una vida. Al principio, el mecanismo disparador de los recuerdos y las sensaciones es el sabor de una madalena embebida en té que el niño Marcel prueba junto a su tía en Combray (la famosa madalena de Proust). Al final, ya en Le Temps retrouvé, los adoquines desiguales de la entrada a la nueva mansión de los Guermantes hace rememorar bruscamente a un avejentado Marcel su viaje de juventud a Venecia. La memoria involuntaria puesta en valor.
Entre medio, numerosísimas y en ocasiones largas digresiones sobre arte plástico, música (la sugerente sonata de Vinteuil, alentadora de los amores de Swann y Odette), literatura (Bergotte, admirado por el faubourg Saint-Germain), política (el affaire Dreyfus y la ola de antisemitismo que generó)... Y un montón de profundos retratos de la más selecta sociedad del París de la Belle Époque: los duqueses de Guermantes (apellido cuya sonoridad es el principal atractivo para el protagonista), el barón de Charlus (culto, refinado, altivo, cascarrabias y gran amante de hombres), el cogollito establecido en torno a Mme Verdurin (a cuyo salón no querían acudir los verdaderos elegantes de la aristocracia por considerarlo demasiado vulgar y advenedizo), el salón de los Cambremer, la propia familia de Marcel, Swann y Odette ... Y los amores del héroe, primero por Mme de Guermantes, después por Gilberte (hija del erudito y finísimo judío Swann), Albertine (fille en fleurs a quien encontró en Balbec y cuyos amores lesbianos traían a Marcel por la calle de la amargura), el deseo nunca satisfecho por la misteriosa criada de Mme Putbus...
Páginas y páginas, y más páginas que impiden una memorización completa de todos los episodios, de todas las anécdotas, de todas las observaciones. Un texto tan denso que el lector se siente casi obligado a saltarse algunos pasajes en exceso rebarbativos –que haría decir a Roland Barthes en Plaisir du texte que la dicha de leer a Proust era que de una lectura a otra el lector nunca se saltaba los mismos episodios. Lo que deja claro Proust en su monumental Recherche es la confianza que él da a la inteligencia, a la vida intelectual como motor y principal fuente de los acontecimentos más importantes en la vida de una persona; es en ella, y no en la vida "real", donde se condensan todas las sensaciones y las emociones de la existencia, sin las cuales el ser humano sería como un vegetal. El cerebro es, pues, como una cuenca minera en la que hubiese un enorme filón de metales preciosos; el escritor se pondrá como objetivo la explotación exclusiva de esa mina –lo que haría Proust durante los últimos años de su vida postrado en su cama, dictando el texto serpenteante y denso de su Recherche.
Muchas horas, muchos días, meses de placer para quien se acerque a esta monumental obra con calma y emoción; más de 2.500 páginas de apretada letra que harán las delicias del lector reposado y paciente.
Existen, que yo conozca, dos traducciones "canónicas" del texto de Proust al castellano: la clásica En busca del tiempo perdido, vertida por Pedro Salinas; otra, más reciente y con un notable y abundante aparato crítico A la busca del tiempo perdido, vertida por Mauricio Armiño en Valdemar.